Pues bien, aquí tenéis mi relato de marzo para el #OrigiReto2019 de Katty (La pluma azul de Katty) y Stiby (Sólo un capítulo más). Espero que os guste.
Cenicynthia
Érase una vez una niña llamada Cynthia. A diferencia de la mayoría de niñas, Cinthia, o Cindy como ella prefería, había elegido su nombre. Cuando nació, lo tomaron por un varón al que llamaron Ambroise, pero cuando creció lo suficiente como para entender su propia identidad, comprendió la realidad: era una niña y necesitaba un nombre más apropiado.
Su padre no lo entendía. Estaba convencido de que a una mujer la definía su sexo. Pero tampoco creía que hiciese daño a nadie por querer ponerse vestidos y jugar con otras niñas. Cindy nunca conoció a su madre, como tampoco conoció su opinión al respecto.
Todo se complicó cuando su padre conoció a Lady Tremaine. Cindy era pequeña cuando su padre se casó y su nueva esposa sólo era capaz de ver a Ambroise, un niño afeminado. Eso no era tan grave, al fin y al cabo su propio padre opinaba de manera similar. Lo peor era que su madrastra ni siquiera lo respetaba. La reñía cuando la veía jugando con muñecas, quemó sus vestidos en la cocina de leña o le obligaba a cortarse el pelo como un chico. Todo eso en presencia de sus propias hijas, que disfrutaban cuando Cindy lloraba.
Las cosas empeoraron cuando, durante uno de los más duros inviernos de la década, una pulmonía se llevó a su padre. Su pérdida fue horrible, pero sentirse sola, a la merced de esa terrible madrastra y sus perversas hermanastras era peor. Estuvo tres días llorando, y habría estado más si Tremaine no la hubiera sacado a rastras.
—Basta, Ambroise. Los niños no lloran —dijo iracunda.
—¡Soy una niña! —replicó sollozando—. Me llamo Cindy.
—Tanto tiempo jugando con muñecas ha dejado secuelas. Tu padre tenía ahorros, niño, pero se acabarán. Necesitamos que te cases, consigas una buena dote y cuides de tu familia.
—No sois mi familia. ¡Os odio!—gritó. A continuación rompió a llorar de nuevo.
—Muy bien, ¿quieres jugar a ser una niñita? Trabajarás como una. Te encargarás de las tareas. Limpiarás y cocinarás. Lavarás la ropa y coserás los vestidos de mis hijas. ¿Así que Cynthia? Cenicynthia, más bien.
Sus hermanastras rieron con el mote.
—¡Qué ingeniosa, mami!. Cenicynthia, ya has escuchado. Empieza por preparar mi cama. Me voy a acostar.
Preocupada por las represalias, no le quedó otra que obedecer. Pensaba que el castigo duraría sólo unos días, pero Tremaine pronto se acostumbró a la comodidad de una sirvienta y no estaba dispuesta a renunciar a ello.
Pasaron los años y Cindy creció acostumbrada a su nuevo rol. También a su nuevo mote. En el fondo lo prefería, al menos era un nombre femenino. La crueldad con la que la trataban no disminuyó. Mirando en conjunto, nadie osaría insinuar que era feliz, pero al menos reconocían su condición de mujer, y eso era un logro. Uno pequeño, muchas veces la atacaban diciédole chico, o que nunca sería una mujer real, o cosas demasiado desagradables como para mencionarlas, pero al menos casi siempre la llamaban Cenicynthia.
Los ahorros empezaban a menguar y Tremaine estaba preocupada. Por mucho que le gustara la servil Cenicynthia, iba a tener que acabarse. Tenía que casar a Ambroise si pretendía mantener su nivel de vida. Estaba contándoselo a sus hijas cuando Cindy lo escuchó. El sufrimiento de años no era nada comparado con lo que le suponía verse convertida en Ambroise.
—¡No! —gritó—. ¡No puedes obligarme a ser lo que no soy!
—Estás a mi cargo y tendrás que obedecerme. Si tu padre te escuchara…
—Con tanto cocinar a Cenicynthia se le ha olvidado que es un chico —canturreó una de sus hermanastras con tono burlón.
—No lo soy, nunca lo he sido y nunca lo seré.
No había habido una discusión tan grande en la casa desde aquella otra tres días después de que muriera el padre de Cynthia. Tales eran los gritos que el hombre que estaba tras la puerta principal, estuvo a punto de dar media vuelta y no llamar. Pero el paje era un siervo obediente. Una discusión doméstica no le parecía excusa suficiente como para desatender sus obligaciones.
El sonido de la puerta pilló a todas por sorpresa. Los gritos cesaron en el acto. Lady Tremaine, educada anfitriona como era, sobre todo preocupada por la imagen que podría dar a sus vecinos, mando a Cenicynthia a abrir. Ésta, con años de servidumbre a sus espaldas, obedeció sin rechistar.
—Buenos días, bella dama. ¿Está el señor de la casa? —dijo con una elegante reverencia.
—El señor de la casa murió hace años. Mi pobre marido, que en paz descanse —dijo la madrastra entrando al recibidor desde el salón—. ¿Puedo ayudarle?
—Traigo un mensaje de su majestad, el Rey: Por motivos del vigésimo cumpleaños de su majestad, el Príncipe, se celebrará, dentro de tres noches, un baile en palacio. Como es tradición, se espera que el príncipe se case con alguien no noble, por lo que se espera que en el baile sirva para que las doncellas se den a conocer. —Miró a su alrededor, aprovechando la pausa para coger aire. Soltar el discurso siempre le dejaba sin aliento. —Sus tres hijas están invitadas —dijo mientras anotaba en una libreta—. Si me disculpan, tengo muchas casas que visitar. Buenas noches.
Antes de que la madrastra pudiera sacarle de su error, el paje dio se marchó con una reverencia, tan rápido como había venido.
—¡Un baile! ¡En palacio! Mamá, esto es maravilloso.
—Sí, lo es, Drizella. Excelentes noticias—contestó. Miró de reojo la cara de emoción de Cynthia; pensando lo ilusa que era si pensaba ir.
Por supuesto que lo pensaba. Cuando el hombrecillo la añadió a la lista de invitados se alegró muchísimo. Además, había estado cosiendo un vestido desde hacía meses a escondidas. A ella le parecía el vestido más bonito del mundo.
La esperada noche llegó. Cindy se enfundó en el vestido, se maquilló con sobras de maquillaje que sus hermanastras habían ido desechando y salió a su encuentro. Cuando la vieron, hermosa y resplandeciente, llamaron a su madre entre berridos.
—¿Pero qué te has creído? No puedes dejarle venir, madre. ¡Un chico vestido de chica! Nos avergonzará. No lo permitas, madre. No puedes permitirlo.
—Claro que no, Anastasia querida. Es un baile para doncellas, sólo para doncellas.
—¡Yo soy una doncella! El paje mencionó a las tres.
—Obviamente estaba ocupado. No tuvo tiempo de fijarse, bobo. Eres un chico, el príncipe se sentiría insultado de presentarte ante él como pretendienta. Además, no tienes vestido —dijo con una mirada maliciosa.
—Lo tengo, uno precioso.
—¿Lo tiene, queridas?
—¿A esto le llamas vestido? —dijo una agarrando la sisa—, ¡si no tiene manga! —Pegó un fuerte tirón y se la arrancó.
—¿Y esta falda tan fea? —dijo la otra—. ¡Los hombres usan pantalones! —Con unos movimientos de manos le hizo trizas la falda.
Ambas siguieron con su destrozo, disfrutando de cada tirón y de cada rasgadura. Y no se conformaron con el vestido. Cogieron unas tijeras y le cortaron su larga melena rubia, argumentando que nunca debieron haber dejado que creciera. Para cuando terminaron, del vestido sólo quedaban rasgaduras. Cindy no tuvo más remedio que salir llorando a su habitación, mientras escuchaba las carcajadas de sus hermanastras ante la mirada de aprobación de su madrastra.
Pasó horas llorando, parecía que no iba a parar nunca, pero entonces una grave y reconfortante voz le sacó de su desdicha. Cindy se secó los ojos y buscó de dónde venía. Su confusión aumentó cuando no vio a nadie.
—¿Ves, pequeña? Tienes unos ojos preciosos, no los estropees con tanta lágrima.
—¿Quién eres? ¿Donde estás?
—O, disculpa querida. Es que soy algo tímido. —De la nada se apareció un hombrecillo regordete, vestido de seda rosa con unas alas de plástico cosidas a su espalda, una pluma en su cabeza y una varita con forma de corazón en la mano—. ¿Así mejor? Soy Amatista, tu hado madrino. Ahora, ¿me quieres decir por qué llorabas?
—Por el baile, quería ir. Tenía todas las ganas del mundo, y ahora ya no puedo.
—¿Y por qué tantas ganas, tanto quieres casarte con un príncipe?
—Eso me da igual. Quería ir y bailar. Ponerme un vestido bonito, que todo el mundo viera lo guapa que soy. Ver el palacio… seguro que es precioso. Escapar de esta maldita casa, aunque fuera sólo por una noche.
—Buena respuesta, querida. No digas más, madri Amatista está aquí para arreglar el día. Haré que llegues a tiempo, aunque sea sólo por un baile.
—Pero no tengo vestido, y mi pelo… —Pero Amatista la calló chasqueando la lengua.
—Vamos fuera, mi arte necesita espacio.
En cuanto salieron de la casa, Amatista empezó a trabajar. Con unos suaves movimientos de varita un montón de luces rodearon a Cindy, convirtiendo sus andrajos en un vestido aún más bonito que el anterior. El pelo le creció, trenzado en un hermoso recogido. Los zapatos mugrientos que llevaba se convirtieron en un par de zapatos del más exquisito cristal, tan brillantes como la luna.
—¡Mucho mejor! —exclamó el hado—. Ahora necesitamos un transporte a la altura. Necesitaré materia prima.
Buscó alrededor hasta encontrar el objeto ideal: una calabaza. Unos pocos movimientos de varita y el tornado de luces convirtió la hortaliza en un maravilloso carruaje de cristal, a juego con los zapatos.
—Todo es precioso. Muchas gracias.
—No me las des, bonita. Solo hago mi trabajo. Escucha, vete a la fiesta, disfruta, embelésalos con tu hermosura, pero vuelve antes de la duodécima campanada. Incluso mi magia tiene reglas.
Cynthia le dio un enorme abrazo a su amigo y se subió al carruaje. Nunca había estado tan emocionada en su vida.
Aquella noche fue la más feliz de su vida. Nobles mostrando su caballerosidad, mujeres elogiando su vestido Todo el mundo reconociéndola como la mujer que era. Incluso el príncipe no pudo evitar fijarse en ella. La sacó a bailar. Estaba pasándolo tan bien que el tiempo pasó volando y, en medio del baile, el reloj empezó a sonar. Le invadió la preocupación, cortó con brusquedad, pidió disculpas y salió disparada. El príncipe intentó impedirlo, pero no fue capaz. Solo pudo perseguirla por el salón de baile. Con las prisas, Cynthia no pudo ni pararse a por el zapato que se le soltó. El príncipe, que lo vio, lo recogió con la esperanza de poder devolvérselo pronto.
Al día siguiente el príncipe, hechizado por los encantos de Cindy, preparó una comitiva para recorrer reino en su busca. Preguntando por la misteriosa chica en cada casa. Si alguien afirmaba ser ella, lo comprobaba poniéndole el zapato. Cuando llegó a la casa de Cindy ambas hermanastras intentaron aclamar, sin suerte, la propiedad del zapato. Cuando el príncipe indicó que faltaba una tercera doncella la madrastra explicó que, por un malentendido, el paje pensó que Ambroise era una mujer. Al príncipe le parecía una extraña confusión, así que Lady Tremaine, intentando maquillar la realidad para no parecer tan tiránica como era, le aclaró la situación. Cuando hizo llamar a Cynthia, vestida con sus harapos habituales, el príncipe la reconoció.
—No entiendo por qué decís que esta bella dama es un hombre. Creo que la confundida sois vos y no mi paje.
—Creedme que no, alteza. Entre las piernas esconde lo mismo que sus caballeros.
—Ignorante seríamos si damos por hecho que a un caballero lo hace lo que tiene entre las piernas.
—En cualquier caso, su alteza, no importa. Solo mis dos hijas me acompañaron al baile.
—Entonces no será inconveniente que me permita probarle el zapato.
—No seré yo quien me oponga a su voluntad.
El príncipe, que ya sabía que Cynthia era quien era, no se sorprendió al ver que el zapato le encajaba a la perfección. Incluso en harapos y cubierta de hollín su belleza era incomparable, y su gracia inimitable. Ahí mismo, arrodillado para ponerle el zapato, le ofreció la oportunidad de marcharse con él. Ella por supuesto que aceptó, no tenía claro que el príncipe fuera a ser el amor de su vida, pero de momento la cosa prometía.
FIN
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Objetivo: #12 (Versión de un cuento popular) Palabras usadas: 2015 [Milpalabrista] Objetos Ocultos: #15 (Pluma) - #17 (Tornado) Medallero: - Protagonista femenino + Test de Bechdel [Feminista+] - Protagonista no normativa (Transgénero) [Interesante]