El Rescate

Pues bien, aquí tenéis mi relato de agosto para el de Katty (La pluma azul de Katty) y Stiby (Sólo un capítulo más). Espero que os guste.

El Rescate

No dejo de decirme que no es culpa mía. Que estaba cansado, que necesitábamos parar. Que no podríamos ir muy lejos si no recuperábamos fuerzas. Sólo son excusas. Claro que necesitábamos descansar, pero no era el mejor momento. Ni el mejor lugar. Llevo cuidando de él desde que su madre murió en el parto. Siempre alerta. Pensando en todo. Pero con los años me he ido relajando. Este mundo hostil que nos ha tocado vivir no es que haya mejorado, pero siempre había salido airoso a la hora de proteger a mi hijo. Ahora sólo me siento estúpido.
Los recursos cada vez escasean más. Es prácticamente imposible encontrar una fuente de agua limpia. Si eso de por sí era algo malo, con este sol infernal era mucho peor. Por eso nos emocionamos tanto al descubrir el lago. Estaba prácticamente seco, pero aún había agua suficiente para rellenar las cantimploras y refrescarnos las cabezas. Debí haber supuesto que alguien más andaría por la zona. Me relajé, y ahora estoy sufriendo las consecuencias. Estábamos tan felices y despreocupados que no les escuchamos llegar. Cuando me di cuenta de que estaban observándonos fue demasiado tarde. Antes de poder acercarme a por mi pistola tenía a cuatro de esos malnacidos apuntándome con sus rifles. Haber intentado algo era un suicidio. No pude hacer otra cosa que levantar mis manos en sumisión.
Cuando se convencieron de que no era una amenaza un jeep se acercó y un hombre enorme, calvo y con la cabeza llena de tatuajes se bajó de el asiento de atrás. Se notaba que era el líder por su forma de andar, como si todo cuanto pisara le perteneciera.  Se acercó a mí hasta poner su cara a dos centímetros de la mía. Apestaba. No sólo su cuerpo, también su aliento. Apenas pude contener las náuseas. Me miró de arriba abajo y luego dio una vuelta a mi alrededor. No dijo nada, pero no hacía falta. Era completamente consciente de lo que estaba haciendo. Estaba estudiando si merecía la pena llevarme con ellos. Cuando se dio por satisfecho con su análisis escupió en el suelo. Su saliva era espesa y oscura. Gruñó una orden ininteligible a uno de sus hombres y se subió al jeep. El soldado acató la orden. Lo último que recuerdo fue el golpe que me dio en la cabeza con la culata de su rifle.

Cuando desperté ya se habían ido. Decidieron que yo no les era de ningún valor, mi hijo no tuvo tanta suerte. Estaba claro, yo estoy muy débil y apenas tengo masa muscular. No les sirvo ni de esclavo ni de alimento. Mi hijo es otro cantar. Había cuidado bien de él. Yo comía lo mínimo que necesito para sobrevivir, a él le daba todo lo que podíamos encontrar. Podía ver como salivaban esos salvajes cuando vieron sus brazos rollizos y su cara regordeta. Pero habían cometido el error de dejarme con vida. No era la primera vez que trato con este tipo de grupos. Si creen que se lo iba a poner tan fácil para comerse a mi pequeño estaban muy equivocados.
Por supuesto se habían llevado mi arma. Tampoco era algo que me preocupase. Un simple revólver no iba a hacer mucho contra esos rifles automáticos. Tenía que infiltrarme en su campamento y para eso el arma no me iba a servir de ayuda. Al primer disparo tendría a toda la banda encima. Aún siendo sólo los que vinieron hasta el lago, cosa muy improbable, eso seguían siendo 6, contando con el conductor del jeep. Pero lo primero era encontrar el campamento. No debían estar lejos del lago, pero a pie podría ser algo más. Ellos podían recorrer en 10 o 15 minutos lo que a mí me llevaría un par de horas o más, teniendo en cuenta aquel calor infernal. No sabía cuando iban a comerse a mi hijo, contaba con que no fuese nada más llegar, pero debía darme prisa.
Cerca del lago había una carretera. A lo lejos, en la dirección opuesta al lago, podía ver una esas ciudades fantasma que hay ahora en el continente. Intuí que ahí debían dirigirse los salvajes. Tardé más de una hora en llegar, y una vez allí, siendo más difícil seguir el rastro de los vehículos en el asfalto, tardé casi otras dos en encontrar el campamento. Se habían asentado entre los escombros de un antiguo campo de fútbol. Allí donde los muros de hormigón ya no estaban en pie habían levantado empalizadas con troncos finos, probablemente traídos desde las cercanías del lago. No era un sitio especialmente grande, por lo que deduje que no debían ser demasiados. Eso era bastante habitual, cuando la comida escasea no conviene juntarse en grandes grupos. Así hay menos gente con la que repartir.
Me llevé la mano al cinto para desenfundar mi daga. La pistola se la habían llevado, pero tampoco iba a serme de mucha utilidad. No quería hacer ruido. En cambio una silenciosa daga, improvisada a base de un cristal afilado y una rama de encina a modo de empuñadura era demasiado insignificante como para despertar el interés de los salvajes. Sólo necesitaba buscar una forma de entrar y encontrar dónde tenían encerrado a mi hijo.
Entrar no fue difícil, los escombros me servían de escondite para evitar los pocos guardias con los que me cruzaba. Tuve que matar a alguno para abrirme paso, pero por fortuna pude hacerlo de forma rápida y silenciosa, sin alertar a nadie. Cuando llegué a la grada pude ver que en el medio del campo estaban montado una fiesta, probablemente para celebrar el festín que se iban a dar a costa de mi hijo. Por un momento pensé que era demasiado tarde, pero pude ver a uno de ellos cocinando una salsa en una olla en el fuego. La estaca donde luego cocinarían a mi pequeño aún estaba vacía. Me paré a pensar un segundo, ¿dónde guardarían a sus presas? Sólo se me ocurría un sitio lo bastante seguro, los vestuarios. Era el sitio ideal, tenía una salida justo al campo, directo a la hoguera que lo estaba esperando. Pude ver a dos guardias apostados en la entrada, esperando a que el jefe diera la orden de traer al crío. Acercarme por ahí hubiese sido un suicidio, con tanta gente en el campo. Pero supuse que los vestuarios tendrían otra entrada por dentro de las gradas, por donde los futbolistas saldrían a su casa tras los partidos. Tenía razón. Era una puerta de metal, cerrada. Parecía más segura, por lo que sólo había un guardia para vigilarla. Lancé una piedra en dirección opuesta a donde estaba, sí, es un truco muy viejo, pero siempre funciona. Sólo necesitaba una distracción de un segundo para abalanzarme sobre él navaja en mano.
Rebusqué las llaves en el guardia, pero no hubo suerte. Volví a comprobar la puerta y el candado que la bloqueaba estaba abierto. Empujé la puerta despacio y pude ver al jefe de la banda hablando con mi hijo. Me escuchó entrar y se me tiró encima. Apenas pude amortiguar el empujón y me di un golpe en la cabeza. Era más grande que yo, y estaba mejor alimentado, por lo que tenía que ser más listo. Intenté apuñalarlo, pero bloqueó mi ataque y me retorció el brazo hasta hacer que tirase la daga por el dolor. Luego me dio un rodillazo en las costillas. El dolor me hizo flaquear y casi caigo al suelo, pero pude placarle en el estómago con mi hombro mientras me incorporaba. El empujón lo llevó hasta la pared opuesta, donde se golpeó con el espejo hasta hacerlo añicos. Por un momento me preocupé de que el ruido alertase a los que estaban fuera, pero estaban demasiado ocupados pasándoselo bien. Recibí repetidos golpes con sus antebrazos en mi espalda, pero no iba a ceder tan rápido di un paso atrás aún abrazado a él y volví a estamparle contra la pared. Intenté hacerlo una tercera vez pero el grandullón había cogido un trozo del espejo y me lo clavó en el costado. Arqueé la espalda de dolor y aprovechó para zafarse. Sentí una patada en el pecho y tropecé hasta caer al suelo. Se acercó a  mí, con paso firme, sujetando el afilado pedazo sobre su cabeza dispuesto a dar el golpe letal, pero reaccioné a tiempo dándole un fuerte puntapié en la rodilla que lo desequilibró. Me levanté como pude, cubierto de sangre mientras él iba dando tumbos. Me embistió agarrando el espejo con una mano, le esquivé gracias a una finta y giré antes de que él terminase su carrera. Cogí del suelo una puerta oxidada de una de las viejas taquillas que había en el vestuario y pude usarlo para bloquear la segunda embestida. El golpe hizo que el pedazo se quebrara cortándole la mano. Aproveché la oportunidad y le arreé un fuerte golpe con el escudo improvisado en la cabeza, dejándolo inconsciente por la contusión.

Agarré a mi hijo del brazo y salimos de allí corriendo antes de que alguien apareciera. Ahora llevamos media hora huyendo, buscando un sitio donde escondernos, pero no parece que nadie nos esté siguiendo. En cuanto encontremos un sitio seguro donde pasar la noche pararemos, no tiene sentido correr indefinidamente. Tienen coches, si nos van a seguir van a correr más que nosotros en cualquier caso así que es mejor parar a descansar y preparar una buena defensa. No se lo voy a poner fácil. No llevo 8 años criando a mi hijo para que ahora sea otro el que se lo coma.

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Objetivo: #8 (Relato postapocalíptico)
Palabras usadas: 1599 [Milpalabrista]
Objetos Ocultos: #1 (Daga de cristal) - #31 (Candado)
Medallero:
- Narrado en primera persona [Verborrea Interminable]
La imagen de cabecera es una fotografía hecha por Crisco Photography (editada por mí) bajo licencia de Creative Commons (CC BY-NC-ND 2.0).
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