Declaración

Muy buenas, aquí os presento mi tercer relato para el OrigiReto2020 de Katty (La pluma azul de Katty) y Stiby (Sólo un capítulo más).  Espero que os guste.

Declaración

Era una tarde como muchas otras en la vida de Marie. Había ido a visitar a su amiga Sophie para tomar un café y charlar sobre las últimos acontecimientos políticos. Normalmente habrían salido a su cafetería favorita, pero desde que nació la pequeña Eliza, Sophie se sentía más hogareña. Esta tarde Marie no parecía estar muy en la conversación, algo que su amiga no tardó en percibir.
¿Qué te pasa, querida? ¿Algún problema con Pierre?
El hijo de Marie, guardia real de Luis XVI se había visto obligado a huir a Inglaterra con su esposa y su hija por temor a la revolución. Marie les echaba de menos, pero no era eso lo que la distraía.
—No, no es eso. Estoy contenta de que haya entrado en razón. Sé que no comparte nuestra visión del mundo, pero es un buen hombre. Lo único bueno que me dio el zopenco de su padre.
¿Entonces cuál es el problema? Cualquiera esperaría que estuvieras más alegre, en unos días el rey firmará la constitución, el mundo está cambiando. Poco a poco, pero en la buena dirección.
—Sí, bueno. Supongo que tienes razón. El ambiente en las calles es de celebración. Debería estar contenta.
Pero no lo estaba, al menos no del todo. Dudó por un instante si sacar el tema con su amiga, pero decidió no hacerlo. Si había alguien que pudiera entender su punto de vista era ella, de eso no cabía duda. De hecho no es como si no hubiesen hablado de ello en otras ocasiones. Pero no estaba de humor para tener aquella conversación. No en ese momento. Al cabo de un rato el mayordomo anunció la llegada de un mensaje para Marie. El mensaje, metido en un sobre,  iba dirigido a Olympe de Gouges, nombre con el que firmaba sus escritos. El sobre estaba hecho con papel de calidad, no indicaba remitente alguno, con la excepción del búho del sello que cerraba el mismo.
¿A qué esperas? ¡Ábrelo! No puedo contener la emoción.
Procedió a satisfacer el deseo de su amiga. En el interior del sobre había un papel, también de exquisita calidad. La caligrafía era excepcional, Marie pensó que eran las más hermosas que había visto en su vida. Los márgenes del papel estaban decorados con dibujos de ramas de olivos y algún que otro búho. Tras unos segundos contemplándola, empezó a leer la nota en voz alta.

«Queridisima Olympe,
Espero que no le importune mi atrevimiento. Soy una ferviente admiradora de su obra y para mí sería un placer conocerla en persona. Tengo negocios que atender en París los próximos días, por lo que esta noche llegaré a la ciudad.  Pensé que no podía dejar escapar la la posibilidad de intercambiar opiniones con usted. Espero que acepte mi invitación, me haría una mujer extremadamente feliz. Sería un verdadero honor poder recibirla en mi casa.

Le adjunto la dirección. Por favor, si decide aceptar la invitación sepa que puede venir a visitarme en cualquier momento. La estaré esperando con ilusión

P. A.»

¿P. A.? ¿Qué clase de persona firma una carta con sus iniciales?
¿Dónde está tu espíritu aventurero, Marie? Es todo un misterio. Estoy hiperventilando. Tienes que ir, cuanto antes. Estoy deseando que me cuentes todo.
¿Estás loca? No voy a presentarme a la casa de una desconocida así porque sí. A saber quién ha enviado esto.
—Alguien con un refinado gusto, eso seguro. Nadie con semejante cualidad puede ser una mala persona.
—Vaya absurdez —dijo, pero no sin soltar una carcajada ante la evidente broma.
Siguieron discutiendo durante un rato, pero Sophie no parecía estar más cerca de convencer a su amiga. Lo que no sabía es que en realidad no necesitaba convencerla. La propia Marie había estado intrigada por la misteriosa invitación desde el momento en el que la recibió. Todo cuadraba, en realidad. Una fan de alguna otra ciudad viniendo a París y aprovechando para conocerla no sería lo más raro del mundo. Además la carta iba dirigida a Olympe, el segundo nombre de su madre, a quien había decidido honrar firmando sus libros y obras de teatro. Por muy grande que le pareciera la falta de respeto de enviar una invitación tan directa, más aún sin la decencia de presentarse primero, era consciente de que no podría evitar aceptarla. No podía quedarse con la intriga.
No pudo sacarse la invitación de la cabeza durante el resto de la tarde. Cenó ligero y se fue a dormir. Despertó tras haber tenido uno de los sueños más raros que podría recordar. En el sueño ella portaba una lanza, pero no la utilizaba para matar, sino para escribir con ella en las paredes del Palacio de Versalles. Desorientada, culpó a su reciente obsesión con la invitación de tan singular sueño, por lo que decidió ir cuanto antes a la casa de P. A. Iría esa misma mañana.

Al llegar a la dirección indicada en la carta, se sintió bastante confundida. Juraría que había paseado muchas veces por esa zona, pero no recordaba haber visto antes una casa tan espectacular. Era como si hubiera aparecido de la noche a la mañana. Una aldaba con la forma de una cabeza de búho dominaba la entrada. Golpeó la aldaba, sin mucha convicción, y esperó a que la vinieran a recibir. Cuando la puerta se abrió, un hombrecillo de avanzada edad apareció al otro lado del umbral.
—Buenos días, senorita de Gouges. La señora la está esperando. Por favor, acompáñeme.
Obediente, siguió al mayordomo, pero se permitió deleitarse con la maravillosa decoración de cada sala que atravesaron. Cada una decorada con su propio estilo, pero todas ellas tenían un tema en común: los búhos. Parece que a su anfitriona le gustaban de verdad.
Cuando llegó al jardín una mujer les estaba esperando. Estaba sentada en una silla de metal blanco al lado de pequeña mesa de cristal sobre un pie de metal, del mismo color blanco a juego con la silla. En cuanto Marie apareció se levantó con alegría y le ofreció la silla que estaba al otro lado de la mesa. Sobre la mesa había un sinfín de dulces y panes de todo tipo. Un auténtico banquete. Además había un par de teteras de porcelana, una con té y otra con café, y un pequeño recipiente con algo de leche. Además de un azucarero, claro. Todo ello a juego. Todo ello de una belleza excepcional.
—Muchas gracias por venir, es todo un honor tenerte en mi casa.
—Gracias por invitarme. —Marie se sorprendió a sí misma tratando a su anfitriona con tanta familiaridad. Más aún cuando ni siquiera sabía su nombre. —Creo que no nos conocemos —intentó decir educadamente.
Mientras hablaba se intentó fijar en su interlocutora. Era hermosa, de eso no cabía duda. Más aún que su amiga Sophie, lo que ya era mucho. Vestía con la elegancia adecuada para alguien de su clase social, la cual debía ser alta a juzgar por todo cuanto había visto hasta ahora. El vestido, del color más blanco que había visto nunca, estaba bordado en oro con una delicadeza impresionante. Marie pudo encontrar patrones que le recordaban a los búhos que decoraban toda la casa. Los brazos estaban cubiertos por un encaje muy fino, casi transparente. Se intuían fuertes y musculosos. Algo nada exagerado, pero lo suficiente como para fijarse. En especial siendo algo tan poco habitual en alguien que parecía ser una recatada dama europea.
¿Dónde están mis modales? Puedes llamarme Palas, es cómo me llaman mis amigos. Te he leído tanto que ya te considero una, querida Olympe. ¿Puedo llamarte Olympe? Quizá prefieres Marie.
Aquello la sorprendió, había dado por supuesto que su anfitriona no conocía su verdadero nombre.
—Mis amigos me llaman Marie, pero puedes llamarme Olympe. Como te sea más cómodo.
—Olympe entonces. Es un nombre que me encanta. Lo siento muy… cercano.
Marie, que era una mujer inteligente y con pasión por la lectura, había empezado a atar cabos. Su nombre, Olympe, su obsesión por los búhos… pero pensó en la cantidad de personas ricas y excéntricas que había conocido a lo largo de su vida, y asumió que se trataba de una más. La gente con tanto dinero tiende a aburrirse a niveles peligrosos.
—Era el nombre de mi madre.
—Que hermoso detalle, honrar así a una madre. Firmando algo tan personal como tus libros. ¿He dicho ya que me encantan?
—Algo así, en la nota que me hiciste llegar.
—Me parecen sublimes. Tus obras son tan auténticas, tan certeras. Supongo que a más de uno le parecerán molestas, pero la verdad lo es, sobre todo cuando es injusta. También adoro tus novelas. Madame de Valmont está inspirada en ti misma, ¿verdad? No me lo digas, seguro que sí.
—Siempre es un placer encontrar alguien a quien le guste lo que escribo.
—No me gusta, me encanta. Pero creo que eso ya lo he dicho. A veces tiendo a repetirme. Pero dejemos de hablar de lo que has escrito. Hablemos de lo que vas a escribir.
—Ahora mismo no tengo ninguna obra en mente…
—Oh, querida Olympe, no estoy pensando en una obra. ¿Qué opinas de la Constitución?
—Es todo un logro para el pueblo francés. Por fin nos libramos del yugo de la monarquía.
¿Eso es todo? ¿No hay nada en ella que te preocupe?
Sí que había algo que le preocupaba, claro que lo había. Pero ni siquiera se lo había comentado a Sophie, hablar de ello con alguien a quien acababa de conocer le parecía un poco arriesgado.
¿Es la monarquía el único yugo que te preocupa? —preguntó Palas. Marie se estremeció,  había dado en el clavo.
—No, no lo es. Y esta nueva Constitución es un ejemplo de ello. El preámbulo… es horroroso. Esa “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” es un despropósito. Me irrita ver cómo dejan de lado a la mitad de la población. Nosotras también participamos en la Revolución.
—Claro que sí. Por lo que a mí respecta, tienes toda la razón. Mi padre no va a estar muy contento de que haga esto, pero es el momento. Una guerra está a punto de empezar. Una guerra más importante que la revolución, mucho más grande, de alcance mundial.
Marie intentó decir algo, pero no encontró las palabras.
—Una guerra que va a durar cientos de años pero que tenemos que ganar cueste lo que cueste. Una guerra por la libertad. Por la libertad de la Mujer. Una guerra contra el Hombre.
—Y cual es mi papel en esta supuesta guerra —Marie estaba dubitativa, pero también estaba de acuerdo con el mensaje. A lo mejor la palabra guerra se le hacía un poco grande, ¿pero qué es una revolución sino una guerra? Y una revolución sí que llevaba tiempo siendo necesaria.
—Tu papel, querida Olympe, es el más importante de todos. Te vas a encargar de ello. Va a marcar el inicio de todo. Tu nombre será recordado por generaciones. Cualquier guerra no es real mientras nadie de un paso al frente y anime a coger las armas. Cuando terminó de hablar sacó una caja de madera con el ya predecible búho que Palas había convertido en su blasón. Con una sonrisa, se la extendió a su invitada. Esta no estaba segura de dónde había salido la caja, pero la aceptó con educación y la abrió. En el interior había una pluma. Marie no era experta en aves, pero estaba segura de que conocía la especie a la que pertenecía.
—Espero que puedas aceptar este humilde regalo. Una guerra no puede empezar hasta que no haya una Declaración de Guerra. Escribela, Olympe de Gouges. Será todo un honor que lo hagas con esta pluma.

Estuvieron terminando el almuerzo mientras conversaban sobre el tema. Marie, que había tenido muchas conversaciones enriquecedoras en su vida, nunca había tenido una que lo fuera tanto. Una vez en su escritorio, sacó un rugoso papel de uno de los cajones, mojó su nueva pluma en el tintero y empezó a escribir.

«Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana»

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Objetivo Principal: <11> Infórmate bien sobre un suceso revolucionario feminista y basa tu relato en ello.
Palabras usadas: 2020 [Milpalabrista]
Objetivos anuales:
- Personal: Que cada relato homenajee a un dios olímpico (Atenea/Minerva)
- Rosa Insolente: Protagonista femenina.
La imagen de cabecera es una fotografía hecha por Ink jar and quills bajo licencia de Creative Commons (by)
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