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Muy buenas, aquí os presento mi quinto relato para el OrigiReto2020 de Katty (La pluma azul de Katty) y Stiby (Sólo un capítulo más).  Espero que os guste.

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Hacía un año que murió Xoana, pero Pastora aún estaba lejos de haberlo superado. En la aldea estaban preocupados. Todos sabían lo mucho que quería a su esposa. Nunca nadie había visto un amor tan auténtico. Tan puro. Siempre juntas, siempre cómplices. Eran la envidia de muchos, cuando las veían al anochecer dando su tradicional paseo hasta la fuente del bosque. Cómo Xoana miraba a Pastora, con esos ojos tan dulces y brillantes que recordaban a la miel; cómo Pastora sonreía a Xoana, con esa cara de boba. Podían estar horas así, sentadas en el el borde de la pileta, mirándose. Contemplándose.
Pastora no había dejado de ir hasta la fuente. En cuanto anochecía. Aunque nada era como antes. Ahora caminaba como un alma en pena, con la cabeza gacha. Nadie recordaba la última vez que sonrió. Todos echaban de menos esa cara de boba. Iba hasta la fuente, se sentaba en la pileta y se quedaba allí toda la noche. Volvía al amanecer, con los ojos rojos de tanto llanto. No era justo. Un amor tan apasionado como el suyo no debía acabar tan mal. No debía acabar tan pronto.
Esa había sido su rutina durante el último año. Se levantaba a medio día, hacía sus faenas en la huerta, comía tarde, dormía otro poco y en cuanto el Sol se ponía salía hacia el bosque, bajo la melancólica mirada de sus vecinos. Una vez allí, se sentaba en la misma pileta en la que prometió que jamás querría tanto a una mujer, y rompía a llorar. Sola. O eso pensaba ella. Xoana estaba con ella, cada noche, sufriendo por Pastora. Susurrándole al oído palabras de consuelo que jamás iba a escuchar. Impotente. Agradecida de poder estar con ella. Así pasaban sus noches, llorando hasta el amanecer.
Aquella mañana, al llegar a su casa después de su velada, se sorprendió al encontrar un sobre en su buzón. Le resultó bastante extraño, pues era aún demasiado temprano para el cartero hiciese su ronda. Al abrir el buzón y recogerlo comprendió que no se trataba de un correo normal. Para empezar carecía de sello postal. En su lugar había un sello de lacre cerrando el sobre con una vieira dibujada. Lo que no le decía nada. Aquello era Galicia y si algo sobraba eran las vieiras. Su nombre estaba escrito al otro lado, con una elegante caligrafía, muy recargada para su gusto. No estaba nada animada, así que la tiró sobre la mesa de la cocina y se fue a acostar. Habiendo dormido sólo un par de horas se preparó para trabajar. Se preparó un café en la cocina y volvió a ver el misterioso sobre. Con la cabeza algo más despejada —y los ojos menos hinchados—, la curiosidad se apoderó de ella, así que lo abrió. Un aroma dulzón surgió de su interior, una mezcla entre vainilla y fresas silvestres. Pastora casi podía saborearlo. En su interior había una nota de papel, con un mar dibujado con acuarelas en el margen inferior. Estaba escrito a mano, con la misma caligrafía recargada que había en el sobre. Era incluso difícil de leer. 

«Para Pastora,
Me acabo de instalar en la comarca y tengo la despensa vacía. Habría mandado a alguien al mercado, pero me han hecho saber que tus verduras son las mejores de la zona, por lo que no pude evitar mandarte esta nota. Comprendo lo inoportuno de mi petición, pues tengo entendido que repartes sólo los sábados, pero si me hicieras el favor te estaría eternamente agradecida. Seguro que te parezco una caprichosa, pero te prometo una compensación a cambio de las molestias causadas.
En el reverso he dibujado un mapa para que encuentres donde vivo, si es que decides venir hasta aquí. Siéntete libre de elegir qué verduras traerme, confío en tu criterio.

Atentamente,
Dita»

Desde luego era una nota extraña. Tanta parafernalia para un pedido de verdura, incluso aunque fuese fuera de su horario habitual. No le dio muchas más vueltas, al fin y al cabo gente rara había en todas partes. Miró el mapa y luego miró el reloj de su muñeca. Si quería hacer el reparto y estar en la fuente al anochecer tendría que darse prisa. Por un momento pensó en dejarlo correr, pero decidió no hacerlo. Al fin y al cabo no iba a dejar sin cena a una nueva vecina, por muy estrafalaria que fuera. Sin darle más vueltas se puso su ropa de faena y se dirigió a la huerta. Separó una buena selección de su mejor género y lo metió en el coche. No estaba lejos, pero andando con una cesta llena de verduras le llevaría demasiado tiempo.

Cuando llegó al lugar indicado se quedó maravillada. Era una casona  en medio de la nada. Rodeada de robles. La casa, de dos plantas, se erigía imponente ante el camino por el que había llegado la hortelana. Tenía los muros completamente cubiertos de hiedra, de manera que era casi imposible ver la piedra que los levantaba. Parecía que el edificio había crecido del suelo, en lugar de haber sido construido. La puerta de madera, robusta y áspera, estaba empotrada en un arco de piedra cuya clave tenía esculpida la misma vieira del sobre. Pastora tiró del cordel que había junto a ella y de una campana surgieron unos sonidos tan agradables como inesperados. La puerta se abrió y una joven, hermosísima, apareció al otro lado. Llevaba un vestido de seda ligero, casi transparente, que contrastaba el oscuro color de su piel. Sin querer se fijó como la suave tela rozaba los pezones de la chica haciendo que estos se erizaran. Se ruborizó al darse cuenta, levantando la mirada hasta posarse en los ojos más azules que jamás había visto.
—Buenas tardes —dijo tras un instante, cuando por fin consiguió recuperar el habla—, ¿Dita?
La joven soltó una genuina carcajada.
—No, soy Aglaya. Dita te está esperando. Pasa. No hace falta que traigas la cesta, alguien se encargará.
Acompañó a la chica por un pasillo hasta que llegaron a lo que parecía ser el salón de la casa. Lo que más le llamó la atención fue que no hubiera televisor. No por la ausencia del mismo, sino porque a raíz de ello los muebles no estaban orientados todos a un punto, sino dispuestos en equilibrio entre toda la estancia. Al fondo Pastora pudo ver un sofá. En él había tres mujeres, todas muy jóvenes, todas muy guapas.
—Te presento a mis hermanas: Eufrosine y Talia —dijo  Aglaya señalando a las chicas de su derecha e izquierda respectivamente—, y a la dueña de la casa —añadió señalando a la mujer del centro—. Ella es Pastora, ha traído la verdura.
¡Verdura! —exclamó Talia —.  Me muero por unos tomates. Espero que hayas traído tomates.
Mientras lo decía se levantó mostrando su voluminosa figura y salió corriendo. Mientras Talia era la más corpulenta, Eufrosine era la más delgada. No había dejado de sonreír desde que habían entrado. Parecía muy feliz. Pastora se estremeció durante un instante, pues le recordó Xoana, siempre tan feliz. Las tres hermanas se parecían mucho, de eso no cabía duda. Aglaya era la más guapa, con esa mirada hipnótica, pero nadie podría discutir su parentesco. Sensación que se acentuaba al llevar las tres el mismo vestido. Pastora volvió a ruborizarse al acordarse del incidente en la puerta, pero reaccionó rápido para fijarse en su nueva clienta. Era aún más guapa de lo que era Aglaya, lo que hacía sólo unos segundos le habría parecido algo imposible. Su rostro era perfecto. Su piel de porcelana. Sus pestañas, largas como cabellos, quitaban el aliento con cada parpadeo.  Su cabello, largo y rubio parecía brillar con luz propia. No vestía de blanco, sino de verde, con un vestido de gasa que esta vez no era casi transparente, sino transparente del todo. Sólo por estar ahí, mirándola, Pastora se sintió llena de luz.
—Bienvenida a mi casa, Pastora. Me alegro mucho de que hayas podido venir. Por favor siéntate.
Como si un hechizo se hubiera roto, las palabras de Dita sacaron a Pastora de su ensoñación.
—No tengo mucho tiempo, sólo necesito que recoja la factura. No hace falta que me pague ahora, normalmente las cobro a final de mes. Espero que le gusten las verduras que he traído, si hay alguna cosa más en que pueda ayudarle…
Pese a lo que estaba diciendo, se sentó mientras hablaba, como si fuese incapaz de desobedecer cualquier cosa que esos labios le pidieran.
—No te preocupes por eso ahora, querida. ¿No te aburren algo tan mundano? Claro que no, es tu trabajo. No quería ofenderte. En seguida nos haremos cargo de eso, te lo prometo. Pero antes, te prometí algo a cambio de tus molestias.
—Por favor, no es necesario. No iba a dejarle sin comida hasta el fin de semana.
¿No es un encanto, chicas? —dijo dirigiéndose a las dos hermanas que quedaban en la sala—.  Por favor, dejadnos un minuto a solas.
Sin decir ni media palabra, las dos se marcharon por la misma puerta que se había ido su hermana un minuto antes.
—Voy a ir al grano, sé que tienes prisa. No querrás llegar tarde a tu cita y aún tienes que ir a casa a prepararte.
La afirmación, por certera, pilló a Pastora con la guardia baja.
—Quiero regalarte algo, pero no es por haberme traído verdura. Aunque seguro que la espléndida Talia está muy agradecida. Quiero hacerte un regalo, como recompensa por ese amor tan extraordinario que derrochas por Xoana. Esas cosas me llenan de júbilo. Devuelve mi fé en la humanidad.
¿Cómo…?
—No hay tiempo para explicaciones, querida. Ten, guarda este frasco. Tómatelo esta noche, en cuanto llegues a la fuente.
—No pretenderás que me beba algo que me ha dado una desconocida. Y menos en medio de un bosque, de noche.
—No te preocupes, no te hará mal. Entiendo tu suspicacia, pero sabes que no te miento. Es un regalo, te va a gustar —sentenció cerrando la mano de su interlocutora alrededor del frasco.

Sin ser muy consciente de lo que sucedió a continuación, Pastora  se vio a sí misma en el coche, conduciendo de vuelta hacia su casa. Miró el asiento del copiloto y pudo ver la botellita de cristal, con forma de vieira, apoyado en él. Su contenido rosáceo, le recordaba a ese vino que tanto le gustaba a su mujer. Llegó a casa, se preparó deprisa y salió hacia el bosque, como siempre. Eso sí, con el frasco en la mano.
Al llegar a la fuente obedeció a Dita y se bebió el líquido sin darle muchas vueltas. Tenía un sabor agradable, afrutado. Notó una cálida sensación al bajarle por la garganta. Por un par de segundos se sintió confusa, sin saber qué hacer. No tardó en quedarse dormida.
Se despertó en sueños, en la misma fuente. Pero no estaba sola. Xoana estaba allí, con ella. A su lado. La estaba esperando. Los espíritus saben cosas y ella sabía del regalo. En cuanto Pastora vio a su esposa la abrazó, como nunca pensó que volvería a hacerlo. Sin soltarla levantó la cabeza para devolverle la mirada, y la besó. Fue el beso más apasionado que nunca haya existido. El tiempo se detuvo, fundiéndose en un beso que parecía interminable. Pero terminó, dando lugar a otros, que dieron lugar a caricias y más abrazos. Pastora desnudó a Xoana, Xoana desnudó a Pastora. Hicieron el amor en esa misma fuente.
Pastora no quería que aquella noche acabara, pero Xoana le dijo que tenía que acabar.
—No puedes seguir viniendo. Viéndote así mi amor, sufro por ti.
La hortelana rompió a llorar. Su amada la cogió en sus brazos para calmarla. La abrazó  hasta el amanecer.
Cuando Pastora despertó comprendió lo que había pasado. Junto a ella estaba la ropa de Xoana, tenía su anillo en su mano y su piel estaba impregnada de su aroma. Aquel fue el regalo de Dita, una última noche con Xoana. Ahora tenía que cumplir con el último deseo de Xoana. 
Aquella sería su última noche hasta el amanecer.

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Objetivo Principal: <2> Crea un relato basándote en una canción (Avalanch - Xana).
Criaturas del camino: <I> Espíritus
Objetos Ocultos: <17> Poción, <24> Arco Palabras usadas: 2020 [Milpalabrista] Objetivos anuales: - Personal: Que cada relato homenajee a un dios olímpico (Afrodita/Venus) - Rosa Insolente: Protagonista femenina.
- Giratiempo: Publicado antes del día 10.
- Sororidad: Test de Blechdel pasado.
La imagen de cabecera es un dibujo titulado Fountain of Life hecho por Olgola bajo licencia de Creative Commons (by-nc-nd)

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